En mis paseos con la cámara en mano, una tarde me encontré con estos restos de lo que un día fueron enormes árboles. Aquellos Reyes de antaño yacen hoy inmóviles sobre la tierra. O quizá, y por ser más preciso, lo que queda de ellos: restos de troncos anclados y dispersos sobre el suelo, convertidos ahora en alimento y cobijo de múltiples formas de vida. Como ocurre con las leyes de la energía, éstos se transforman: siempre hacia la luz y de nuevo a la vida.

Dice un proverbio Hindú que son los árboles los que sostienen el firmamento. Y que si los talamos todos, éste caerá sobre nuestras cabezas como una maldición. Por eso, cuando vemos un árbol, las sensaciónes de estar cobijad@, abrigad@ y protegid@, se hacen tan presentes. Seguramente este proverbio hindú tiene mucho de realidad y bastante sentido 😉

Ver un árbol es ser testigo de la historia, pero también es entender un atisbo de futuro. Superará con creces nuestro tiempo, mientras que entre sus vetas quedará una tenue fotografía de nuestra huella.

Un árbol es quizá el mejor resumen de toda la belleza del mundo. Algunos se alzan majestuosos en lo más alto de una colina, y no me queda claro si es el lugar quien elige al árbol o al revés, aunque tiendo a pensar que es la segunda de las opciones. Son esos lugares donde la magia y el esplendor del universo lo envuelven todo. Una sensación de paz y armonía reina en esos lugares ¿Lo has podido experimentar?

A muchos de sus troncos les gusta el baile y los giros, tanto que durante su crecimiento van conformando esas formas helicoidales en sus fibras. Creo que es una de las maneras que tienen de ir cambiando la mirada y el horizonte con el paso de los años.

Los árboles han sido en las culturas antiguas los centros del mismísimo universo, símbolos del conocimiento más profundo y objeto de veneración divina. No es raro entender como el destino de los hombres esté ligado a su naturaleza y que estén presentes en los paisajes y acontecimientos más trascendentales de la humanidad…