Lluvia

Huele de nuevo el romero acompasando a la tierra mojada: llueve. Y los colores amarillentos de las plantas, propios de un otoño cualquiera, relucen aún brillantes de sed, calor y un estío infinito.

Paseo bajo la lluvia como si fuera algo especial y extraño. Me despreocupo y continúo caminando sendero arriba. La piel absorbe cada gota de agua como si fuera un regalo. Y los perfumes de la piedra, sus musgos y sus líquenes se suman al del romero, el tomillo, el orégano y al de los chaparros con sus amargas bellotas. El viejo monte de yesos y sus islas de rocas calizas dispersas y fracturadas está contento. Yo también lo celebro.

Lluvia

 

Sigue lloviendo, pero desde el interior de la roca, Gea bebe, bebe y sigue bebiendo, como queriendo aplacar una sed que se me antoja de algo más de un milenio. No hay barro, ni charcos: sólo pequeñas y diminutas pozas de agua en las cuencas horadadas de las rocas. Mañana el musgo se vestirá de verde, pienso, mientras veo aún su color marchito entre el marrón, el amarillo y el negro.

Ameonna

 

Las diminutas gotas de agua golpean con sus martillos las hojas de los quercus y las láminas de los romeros silvestres; también las piedras son el instrumento de Ameonna, convertida ahora en nubes y música. Una sinfonía alegre pero a la vez asombrosa. Es la música de la vida y la esperanza: llueve…

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