La senda conduce, sin duda, al hogar de las Náyades. Ninfas hijas de dioses y mortales encargadas de velar por el agua dulce y sus milagros. Dicen que si te encuentras con una de ellas puedes convertirte en piedra, o algo peor. Pero el paso de los siglos quizá haya olvidado su gran poder curativo, y no sólo del cuerpo, más también del espíritu.
Con estas reflexiones me adentro por este sendero de la Sierra de Cádiz. Voy cruzando el río de una margen a otra a través de diminutos puentes y bajo una maleza sorprendente. Esos enormes acebuches , el olivo silvestre, extendiendo sus brazos hacia el interior de una tierra rica en nutrientes e historia. También alcornoques, encinas, chaparros, fresnos, madroños y lentiscos entre otras especies. Todos ellos crean una atmósfera especial y mágica. Seguro que la única influencia de las temibles Náyades sea esa belleza curativa que tiene este lugar.
El río baja caudaloso tras las últimas lluvias. Aquí han sido muy abundantes y se nota en lo resbaladizo del terreno y en una vegetación renovada y brillante. La Ninfa de la pequeña cascada está contenta. Creo que es eso es lo que están cantando el ruiseñor y la abubilla. En cualquier caso sus cantos, junto con el fluir del agua, componen una sonata maravillosa.
El sendero sube y baja; se acerca y se aleja del río. Sombra y más sombra. Verde sobre verde y oro filtrado por entre las enormes copas de los árboles. Es un óleo perfecto, sublime… Vivo!!!
Vivificante. Se percibe. Las sinergias que pone en marcha la madre naturaleza.
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Desde luego que si. Saludos 🙂
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