De nuevo cojo la cámara y asciendo por uno de los muchos senderos que me rodean. Subo al alto páramo, donde viejos caserones van siendo absorbidos por la gran madre naturaleza. Todo se transforma…
A lo lejos, un viejo almendro trata de jugar con el tiempo y la sequía. Sus formas, entre la vida y la muerte, me llaman la atención. Mientras me acerco, me vienen a la memoria los versos de aquel soneto n.º XIII de Garcilaso de la Vega.
Apolo, herido por la flecha de Cupido y Dafne, herida con la flecha del odio hacia el amor de Apolo. Cupido había servido su venganza en plato frío ante la prepotencia y crueldad de Apolo, al haber éste asesinado a la serpiente Pitón en el sagrado monte Parnaso.
A Dafne ya los brazos le crecían,
y en luengos ramos vueltos se mostraba;
en verdes hojas vi que se tornaban
los cabellos que el oro escurecían.
De áspera corteza se cubrían
los tiernos miembros, que aún bullendo estaban:
los blancos pies en tierra se hincaban,
y en torcidas raíces se volvían.
Aquel que fue la causa de tal daño,
a fuerza de llorar, crecer hacía
este árbol que con lágrimas regaba.
¡Oh miserable estado! ¡oh mal tamaño!
¡Que con llorarla crezca cada día
la causa y la razón porque lloraba!
Fotografío el árbol, sus frutos aún frescos y las formas ondulantes de un tronco castigado por la edad y el abandono. Hace muchas décadas que nadie cuida de sus ramas, ni recoje sus frutos. Los versos de este gran poeta del Siglo de Oro siguen resonando dentro de mí con gran intensidad !Y de pronto lo veo y todo cobra un sentido! Dafne no se convirtió en Laurel, como narra el mito: Dafne se hizo almendro… Este almendro!!!
¡Muy bella entrada!
Saludos!
Me gustaLe gusta a 1 persona
Muchas gracias. Otro saludo para tí!
Me gustaLe gusta a 1 persona