La subida al Puerto de las Presillas en Grazalema es maravillosa. Piedra juguetona entre el gris y el blanco. Su tacto áspero, sus bordes cortantes y sus formas infinitas. Un lugar para dejar libertad absoluta a la imaginación.
El sonido de las botas pisando las piedras, la respiración entrecortada por la dificultad, a veces, del ascenso continuado. Pinos que dejan escapar parte de su esencia para regalarnos, con cariño, sus mejores bálsamos. Prados verdes y mullidos para tumbarte y sentir las vibraciones de Tellus Mater por todo tu universo.
Las montañas se alzan majestuosas, con ese orgullo sano con que suelen hacerlo en todas partes. Se saben bellas. Ciertamente son hermosas con sus lineas, sus cicatrices y sus ondulaciones. Y están ahí para enseñarnos que se puede ser libre y feliz, que no son utopías!!! Todos podemos ser montaña!!! ¿Por qué no?
Ya casi en lo alto, una pequeña plataforma mira al suroeste. A lo lejos las montañas y montes se pierden entre la bruma… Más allá está la Mar y detrás, ese gran continente: África… Momento para sentarte y despedir a nuestra estrella una vez más. Los silencios se acentúan en esos instantes. Es como si toda la tierra y sus correspondidos habitantes le rindiéramos un tributo de silencio, respeto y admiración…