El viento helado (Tardes de invierno)

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Apenas quedan ya hojas en los árboles, aunque alguno se resista aun a desprenderse de todas ellas. El paisaje se va transformando y lentamente entra en ese letargo necesario. Tiempo de fríos, estanques helados y sonidos de broza bajo los pies.

Algún mirlo busca semillas bajo las hojas secas. Le sigue con la mirada atenta el verderón, ágil en su vuelo a la hora de recoger limpiamente aquello que se le escapa al mirlo en su continuo y descuidado escarbar.

 

La laguna espera con calma al viento que se avecina. Ya ronda las cañas de la orilla en forma de suave brisa; la precursora de un viento helado y robusto que eclipsará todos sus reflejos. Las grullas y otras especies migratorias, ya hace semanas que anunciaban la inminente llegada del invierno.

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Y ahí están los plumones de los cañaverales, meciéndose con la fuerza de Eolo. Ese nervio que los expande por la tierra en estado de diminutas y volátiles semillas. En algún lugar caerán, durmientes, como en un largo desmayo.

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Y así la vida continúa su camino cerrando ciclos y abriendo otros. Un movimiento sin fin, orquestado y dirigido por la gran madre de todo aquello que existe; garantía de vida, de supervivencia y persistencia.

El frío arrecia al igual que lo hacen las ráfagas del viento. Y la cigüeña, que ya no migra, se dispone a buscar refugio en cualquier parte. La oscuridad, anticipada por esa luna que levanta ahora su vuelo, traerá esta noche el frío, el hielo y la escarcha.

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9 comentarios en “El viento helado (Tardes de invierno)

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