Las últimas hojas de los abedules aguardaban la llegada de la nieve. Quietud en los bosques y sonidos secos que se expanden como un torrente en las distancias blancas e infinitas. Lentamente todo entra en un sueño aparente y sereno. La luz lo abraza todo de abajo hacia arriba o puede que sea diferente, que más da… Lo maravilloso es la luz: la incandescencia tan blanca de la nieve.
El frío es intenso y los caminos ahora disfrutan de la soledad albina y el silencio. Aquellos bancos de madera de sus riberas ya no atesoran lecturas, ni besos de sus enamorados. Mil promesas guardan todas sus vetas y sus nudos. Algunas son ya parte de los sueños del tiempo; otras, realidades cumplidas y felicidad presente; algunas más, que cayeron en la apatía del olvido, soportan sobre sí el peso de una pátina de polvo descuidado. Pero esto sólo lo saben los viejos bancos de madera, cubiertos ahora de frío y nieve.
Me adentro en la espesura y sigo el camino. Nadie pasó antes por aquí. No hay más huella esta mañana que una docena de centímetros de nieve fresca… ¡Blanca! Regalo de las estrellas, los planetas y la luna algunas horas atrás. Es como descubrir un mundo nuevo, inexplorado, reciente, fresco. Y aunque parece dormir un suave sueño, oculta en sus escondrijos una explosión de vida futura y color.
Me surgen mil canciones de pronto: La canción de las piedras, que antaño fueron montañas arrastradas por las impetuosas corrientes de los ríos; la canción del agua siempre alegre, siempre viva y en movimiento; la canción de los viejos troncos olvidados: ahora convertidos en ventanas sobre el horizonte; fantasía y flujo retorcido de sus fibras. También las canciones de los cuatro vientos y la del viejo puente olvidado: barandilla que luce de blanco jazmín y seda.
Los sentidos se ensanchan como la luz albar que me rodea. Inspiro profundo porque quiero llenarme hasta el núcleo con el hechizo blanco y sereno de esta nieve caída: adorno de la naturaleza; regalo de sus dioses y diosas. Y así me siento vivo, exuberante, pletórico, ligero. Atrás dejo las mochilas con su carga y salgo corriendo. Extiendo los brazos al viento, cierro los ojos y avanzo seguro… Me acompaña la suave melodía, tantas veces repetida, de la existencia.