Alambres y pinchos oxidados para delimitar el mundo. El alma se aturde y el corazón encoge perdiendo todos sus horizontes. Y aunque las mismas flores y perfumes crecen embriagando una y otra parte, los ojos no pueden verlo: hace tiempo que perdieron la cordura y no sostienen argumentos. El pensamiento, las ideas, lo correcto…
Agarro el hierro oxidado con los puños cerrados y lo retuerzo ¡Que se ausenten las ideas! Grito desde el silencio de mis manos ¿Acaso son mías? Todo esto me pregunto mientras noto el dolor oxidado atravesando las heridas. No, no son mías; pero qué difícil es desterrarlas.
Entonces cierro los ojos un instante, para que éstos vean la luz del alba: los alambres y los pinchos ya no existen. ¡Mil pájaros entonan sus cantos! Puedo ver las flores y sentir sus perfumes; acariciar la hierba, el musgo y las cortezas.
Percibo, entonces, la alegría de las gentes dándose la mano; la sonrisa alborozada, el canto suave de los lirios ¡Qué fresca está la mañana! ¡Hasta el aire parece renovado! Tanto, que los mismísimos pulmones se dilatan y ensanchan a placer.
Al final no es tan difícil, pienso, mientras camino bajo el primer sol de la mañana. En tanto que su luz tibia acaricia mi rostro agradecido, yo le devuelvo una sonrisa… Habrá que deportar muchas ideas (todas ellas abstractas, ajenas y carentes de forma verdadera) para que los ojos descubran realidades ocultas, pero que están ahí afuera: esperando que te acerques, las veas y las abraces. Y así, solo así, podrás impregnarte con todas ellas.
Y ya no harán falta ni los alambres, ni sus pinchos…
Maravilloso ❤❤❤
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Muchas gracias 🙂
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¡Genial, la foto y el texto! Un canto de esperanza siempre. 🌞
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Muchas gracias, Raquel, por tus palabras. Un abrazote bien grande! 🙂
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