Hoy quiero ser raíz de árbol centenario: madera vieja de vetas apretadas por una edad surcada a base de cicatrices y silencios. Quiero oler los líquenes del tiempo y penetrar firmemente en la tierra húmeda hasta encontrar el corazón y el latido del mundo.

Nos ilusionamos en amar en la belleza sin límite, como queriendo vivir despreocupados y también felices. Pero no existe la armonía constante, ni podemos domesticar la propia existencia deteniéndola a nuestro antojo en el justo lugar que ansiamos. Los ciclos de la vida se imponen siempre, y a la belleza le sigue el desaliño y su mueca transformadora: de pronto ríe, pero después grita o se ausenta. Y, sin pensarlo, salimos corriendo.

¡Por eso quiero penetrar la tierra hasta encontrar su corazón palpitante y vivo! Porque éste es también el mío. Esta vez seré yo quien lo encuentre y me pare a escuchar todos sus sonidos: a veces vivos; después con sus silencios que serán preludio de nuevos movimientos. Ciclos de vida y muerte con sus pasiones y hastíos que se repiten desde el principio de los tiempos. Ahora sé que no me voy a espantar, cuando, y de entre la tierra profunda, todos los huesos que encuentre, los míos, comiencen a danzar mil espirales sobre mis hombros.

Poco a poco los iré desenterrando, con cuidado de no dañarlos ni romper tampoco las raíces que los atan descolocados, sucios y sin nombres. Los iré limpiando con los cantos aprendidos de la tierra, y mis lágrimas calladas serán su pulimento, pero también el necesario alimento. Y solo así podré recomponer lo que estuvo roto, desunido y olvidado; todo aquello que estuvo viviendo entre la ausencia y un destierro forzoso ¡Qué miedo nos da mirarnos, y cuánto nos perdemos cuando dejamos de hacerlo! Es como salir corriendo sin tener en cuenta que volveremos a caer en los mismos agujeros… Una y otra vez.

La vida y el amor no es labor destinada a los cobardes: para amar hay que amarse primero y para amarse hay que emprender el difícil camino de encontrarse con uno mismo y con todas las heridas del tiempo. La ausencia y el rechazo, la tristeza y la ira, la vergüenza y los fracasos, los desdenes y los miedos nacidos de todas las muertes, pero también de todas las vidas… Todo esto, que da forma a la propia existencia, hay que extraerlo lentamente de la tierra profunda, con mucha conciencia. Después, y con mimo, habrá que limpiarlo, cuidarlo, colocarlo y amarlo hasta poder perdonarlo, para finalmente, perdonarse ¡Esta es la tarea! Sin tiempos… Hay que hacerlo hasta que el corazón estalle entre el llanto y la dicha. Y así éste regresará a su naturaleza y a su más pura esencia: al Amor. Y cuando seas capaz de amarte, sin condiciones, podrás comenzar el camino para amar a otras personas… Sin condiciones, pero con un corazón grande como el universo y puro como los océanos sin nombre.