Paso tras paso voy avanzando por la senda que sube a los altos páramos. Un lugar para sentarse un rato a observar las amplitudes que ofrece el horizonte. Me hago dueño de una piedra enorme que me ofrece un lugar ideal para el descanso.
Al poco tiempo comienzo a mecerme como lo hace el esparto al compás de la brisa. Me dejo llevar por esa melodía mientras mis pies se transforman en raíces. Buscan la humedad a través de las piedras del subsuelo. El alimento necesario y sublime del alma.
Mi mirada se pierde en la vastedad del mundo que me rodea desde ahí arriba. Campos labrados de actividad humana, caminos y nubes jugando con el sol y las sombras de la tarde.
Cierro los ojos… La brisa suave y temperada me sigue acunando con sus armonías y poco a poco me convierto en cantos de otros tiempos. Me concilio conmigo mismo y con todo lo que me rodea. Lo hago mío, de alguna manera. O quizá soy yo, que me transformo en este todo que me envuelve.
Una planta con sus pinchos me descubre un hombro, como queriéndome decir algo. Me giro y la observo despacio. Un par de meses atrás, el verdor cubría su estructura ahora agostada y cobriza. Algunas semillas caen de sus cuencos y se esparcen lentamente al son de la brisa. Unas caen cerca; otras dan un pequeño vuelo buscando nuevos espacios.
Mientras las raíces de mi cuerpo encuentran sus humedales, mis manos comienzan a acariciar esa planta seca y áspera. Y entonces comienzo a entender que la planta, y todas aquellas que ahora me rodean formando un enjambre de brozas, algodones y cuencos repletos de semillas, siguen albergando la vida en forma de minúsculas y volátiles pepitas. Todas y cada una de ellas siguen siendo la misma planta. La vida no cesa en su multiplicación o continuidad, y todo lo que aparentemente se representa descuidado y deshabitado, alberga en su seno el mismísimo germen de todos nuestros ancestros.
Para ellas no existe el yo, ni el tú, ni el nosotros… Simplemente existen y perduran. Poco a poco, mientras me integro con el entorno, comienzo a comprender que la individualidad es solo un concepto creado por los hombres, y que no tiene cabida en el vasto universo del que todos y todo somos parte. Ahora y siempre: fuimos, somos y seremos. No me queda ya ninguna duda.
La verdad que suena muy bien…
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Gracias, Car! Un abrazo
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