“Ven y cógete de mi mano” me dijo mi abuelo una noche, cuando yo era un niño de apenas ocho años. “Vamos allí, donde está muy oscuro” …
Y ahí empezó todo…
Me llevó al fondo del enorme patio de la casa donde vivía, en un pueblo de Sevilla. Era una noche clara de invierno, y el cielo estaba limpio y radiante… Lleno de estrellas…
Me hizo mirar a las Pléyades y quiso saber si yo podía ver siete estrellas como poco… Y sí, vi siete y muchas más ¡Un infinito de ellas! Porque esa noche algo que yo no podía comprender estaba sucediendo ¡¡¡Y es que el cielo comenzó a alumbrar a tantas de ellas!!! ¡¡¡Allí, delante de mis propios ojos!!! Mi abuelo sonreía… Y sentí por primera vez las mil dimensiones que conformaban la vida y, en definitiva, el amor…
Mi abuelo era farmacéutico. Se llamaba Nicolás. Salvó muchas vidas en aquel horror de guerra que sacudió este país en los años treinta y lo que sea, porque las fechas son lo que menos importa en este asunto… Salvó vidas porque él decía que cualquier vida, incluso la del ser más diminuto de este universo, tenía un valor incalculablemente más alto que la de cualquier idea, por erudito que fuera el ideólogo, y por brillante que resultase la idea…
Y así entendió la vida… Quitando, también, la morfina, poco a poco, y a base de sustituirla por suero fisiológico, a todos aquellos, que tras el desastre de la guerra quedaron atados a este potente narcótico a causa de las bombas, las heridas y todas las miserias.
Sacó adelante a su familia, aunque nunca vivió en la abundancia, pues las medicinas que curaban a los demás eran muy necesarias en aquellos tiempos de hambruna y desastre, donde la vida se la jugaba con la muerte en forma de una estúpida caja de antibióticos. Lo importante era curar… Que todos pudieran curarse… Lo demás… Eso era secundario…
Me enseñó las estrellas, el alma de los árboles y las plantas, lo valiosa que puede llegar a ser una hormiga, el latido vivo y vibrante de la tierra, la calidez del mar y como lo alimentaban esos ríos llenos de vida, la libertad de las montañas y la diversidad infinita de todos los seres… Aquí y los que imaginábamos viviendo en planetas desconocidos, orbitando la infinitud de estrellas que podíamos contemplar durante esas noches limpias, mágicas y serenas.
Me enseñó eso y mucho más. Porque me enseñó el amor con sus infinitas dimensiones. El amor a la vida, a los demás, a las diferentes culturas que siempre tenían algo que mostrarnos… Y las ideas, las religiones, los colores, los estamentos o las cosas… Todo esto eran para él los abalorios del ego perdido y asustado de una humanidad que difícilmente podría llegar a encontrarse, si no emprendía una marcha abierta y decidida hacia las mismísimas puertas del Amor… Del Amor, y con mayúsculas, porque éste no debiera ser percibido jamás desde una única dimensión…
El Amor es todo esto y mucho más. Y no la fotografía manipulada y desenfocada que se nos ofrece desde el más puro desconocimiento, y que siempre se disfraza con las estúpidas vestimentas de un ego volátil abrazando el miedo…
A la memoria limpia, transparente y amable de mi abuelo Nicolás, quien me enseñó a descubrir la verdadera esencia de la vida y con ella el Amor….
👍🤗
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«Causalmente» acabo de leer este precioso escrito sobre tu abuelo Nicolás y no he podido dejar de grabarlo. Te lo enviaré por correo.
Yo acabo de ser abuela, aunque aun no he podido abrazar a mi nieto debido a este dichoso virus. Como dice un buen amigo «a los hijos los amamos y de los nietos nos enamoramos». Yo no tuve el privilegio de conocer a mis abuelos paternos, se los llevó la enfermedad y el pelotón de fusilamiento demasiado pronto. Pero mis abuelas han sido fundamentales para mí, espero poder serlo también para mi nieto.
Un abrazo♥
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Imagino que estarás guardando en algún lugar todos esos abrazos que, sin duda, darás a tu nieto y los tuyos…
Tengo una caja llena de ellos 🙂 Esperando, pero sabedores que saldrán de allí… 😉
Muchas felicidades por ese nieto, que seguro será una fuente de energía y alegría
Y qué decirte por ponerle voz a este texto… Muchas gracias, amiga!
Mucho ánimo y muchísima fuerza!
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