Te miro, viejo tronco, y veo en tus grietas abiertas el claro reflejo de un pasado que ahora queda atrás. El tiempo ya te va deshaciendo en forma de minúsculas partículas que el viento esparce y reparte, para convertirte en alimento de vida nueva y fresca.
Y así aprendemos que nada es en vano. Que la vida se alimenta y nutre a base de pequeñas muertes: aquellas que ocurren porque sí, y aquellas otras, las más numerosas si cabe, que son las que causamos nosotros mismos en nuestro caminar y aprendizaje. Las sendas de la vida siempre van hacia adelante y aquí somos nosotros mismos quienes decidimos, finalmente, qué llevar en esa mochila que cargamos.
Atrás te dejo, viejo tronco. Y si antes fueras árbol verde, vivo, bello y fresca sombra para el caminante en los largos días de verano, hoy eres ese instante para parar, pensar y abandonar aquí lo que ya no ha de viajar conmigo.
Siempre que veo un tronco cortado me acuerdo de mi abuela. Contábamos los anillos de los chopos cortados.
Bonito relato.
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Gracias, Car! Un abrazo
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