Después de observar el río en tantas ocasiones y escribir acerca de su fluir: de ese cambio constante que hace que nada sea igual a cada segundo… Después, apoyé mis codos de nuevo sobre la muralla y ya no necesité abrir los ojos para conocer la realidad de este cambio constante y efímero.
Fluir es el movimiento consecuente cuando dejamos de aferrarnos a algo. Es la naturaleza y sus leyes. Y así desaparece cualquier pérdida… Aunque realmente no haya pérdida, más sí una senda que se pierde delante de la vista y que nos permite seguir fluyendo sin pausa.
Y así lo simple y lo diminuto alcanzan su verdadera importancia en este todo por el que transitamos. Somos parte de él: el todo, la parte y la nada.
Y como una semilla que vuela según el viento, podemos fluir en cualquier dirección y en cualquier momento. Soltar, también, los lastres del miedo provocará un movimiento muy salvaje… Y todo estará bien así, porque será movimiento de aprendizaje.
Ella vino a mi cuando dejé de aferrarme… Cuando abrí las manos y me dejé volar… Hoy es esa rosa que amo y admiro en este constante fluir de las emociones y la vida misma. Es desde ahí, desde donde nos miramos y nos encontramos… Y también desde donde fluímos día a día sin esperar al siguiente. Y así caminamos: juntos, paso a paso y entrelazando las manos.
El agua tiene algo muy especial. Sea de mar o de montaña es una constante. En la nube pesada, en la tierra de verano regada o salada sobre una almohada que no puede escapar.
De pequeño junto al lavabo me quedaba horas embobado jugando con ella y era el sitio favorito. De mayor … ¿qué puede ser mayor que el agua? ¿nada?
El amor en el agua, por el agua.
Por eso hablas tanto de su fluir, su movimiento vital para nosotros.
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Somos agua, Fermín. Y está en su naturaleza fluir…
Muchas gracias y un abrazo!
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