Piso las mismas huellas que otros pisaron tanto tiempo atrás al contemplar la mar en calma. Me siento en una roca y busco, sin prisa, encontrar el lugar que mejor acomode mi espalda. Es solo cuestión de tiempo y un poco de esa brisa que siempre viene del mar ¿Por qué será que viene siempre de allá? Quizá la brisa sea tan juguetona como la mar, o quizá sea el mar quien la empuje porque quiera decirnos algo…

Estoy y me reencuentro, cuando me descubro fundido entre los millones de reflejos que me regalan las olas del mar. Son los reflejos de algún jirón de sol rojizo de la tarde que se multiplica hasta el infinito ¿Por qué son tan bellos los ocasos del sol con la marea alta? Nunca lo sabré, y aunque no deje de preguntármelo de vez en cuando, solo sé que me encanta cerrar los ojos y sentir el calor del sol en los párpados que se me vuelven rojizos como el mismo atardecer. Y también me encanta sentir el correteo de esa brisa por mi rostro. Quizá sea por eso por lo que me resultan tan bellos.

Me hago las mismas preguntas que otros se hicieron. Le pregunto al sol, al horizonte lejano, al azul ultramar, a la brisa ligera o a la gaviota que se pierde detrás de alguna ola. Preguntas que obtienen las mismas respuestas que ya otros recibieron tiempo atrás, pero que ni me sirven ahora, ni me responden al porqué de tanto ocaso.

Entonces, sumido en la quietud del corazón que ya sabe, será mejor dejar partir al sol tras la bruma del ultramar; permitir que se sumerja lentamente mientras admiro y disfruto con toda su belleza, para acabar por cerrar los ojos, ese instante necesario, y quedarme tranquilo a esperar la llegada de un nuevo día… ¡Qué bonitos son los atardeceres en la mar!

Una gaviota

Lleva al sol de la tarde

Hacia el ocaso