Destellos en el mar

¡Qué lejos queda ahora el mar en mis recuerdos! Tanto que me resulta muy difícil pensar que una sola vida baste para llegar hasta él. Y ésta, se estrecha de tal manera, que hace que las distancias pierdan cualquier atisbo de medida, por inalcanzable.

Pero, no obstante, el sabor de la sal sobre mi cuerpo permanece tan fresco, como reciente es también el sonido de todas sus olas: ese canto profundo y oscilante que me hace uno en la quietud y en la concordia.

Por eso, llegaré hasta él de madrugada. Quizá con unos pocos minutos de antelación al renovado canto de los pájaros y a las primeras luces de la aurora. Tan solo el canto del mar: trascendente y hondo; profundo y maravillosamente inmaterial. Como todo aquello que realmente tiene una incuestionable importancia.

Siempre me gustaron los pequeños veleros. Y aunque ya no queden más continentes que descubrir y explorar, extenderé sus velas al viento hasta perder el horizonte, muy lejos, para así fundirme entre sus diminutos y brillantes centelleos.


 

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2 comentarios en “Destellos en el mar

  1. El mar siempre estuvo ahí aunque no le viésemos y hasta es posible que lo soñáramos aquellos que no tuvimos la oportunidad de tenerlo próximo. Si llegas de madrugada mejor, así su sonido te podrá parecer más cercano sin que te deslumbre la luz del sol que nos ciega a veces porque los veleros también surcan los mares en la nocturnidad, cuando la vida se aquieta y el corazón se sosiega. Siempre habrá paraísos por descubrir.
    Buenas noches ya. Un abrazo.

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