Hubo una vez un pueblo que se olvidó de sí mismo hasta tal punto, que ya no reconocía a sus propios hermanos. Comenzó por herir la tierra mientras iba preparando su propio suicidio. Los vecinos dejaron de reconocerse como tales; las amistades se iban disfrazando con harapos de venganza y desconfianza; el arcoíris quedó relegado a dos simples colores, olvidando la luz y el frescor de sus diminutas gotas de agua. El amor apenas florecía entre las piedras, y la vida, como suele ocurrir en estos casos, dejó de tener más valor que el pasar a ser una marca corriente en cualquier culata.
Se cavaron zanjas y trincheras, se talaron árboles, se quemaron bosques, se destruyeron pueblos enteros, aldeas y casas; también sus gentes. Y así, en este pueblo, el único aullido que se escuchaba era el de las madres enterrando a sus hijos enfrentados y mutilados al viento por la bandera de una idea… Algo tan abstracto y absurdo como una idea ¿De dónde salen las ideas? ¿Quién las crea y las moldea?
Me resuenan los versos del Arcipreste de Hita mientras camino por los campos mancillados de aquel tiempo. Quedan aún las heridas desgastadas por la acción del tiempo y el olvido. Y quedan también los restos de la vida y de la muerte: viejas latas de conserva, restos de cajas de municiones, trincheras, construcciones a base de hormigón y ladrillos mal dispuestos ¿Cuándo perdimos la humanidad? Me pregunto ¿Y para qué? Me vuelvo a preguntar mientras mis pasos recorren los ecos de las balas incrustándose en los troncos de los olivos que parecen llorar ramas.
En el viejo hormigón de los puestos para metralletas crecen ahora los líquenes. Sus diminutas raíces se afanan por desmigajar su estructura para devolver a la tierra todo aquello que le fue robado. Es la belleza de la vida la que se abre camino tratando de borrar el rastro que dejó el horror de aquel tiempo.
Malditas sean todas las ideas absurdas y malditos sean todos aquellos que las engendran, me voy diciendo mientras bajo por la ladera silente con resonancias de aquella maldita guerra ¿Logrará el ser humano trascender sus propias ideas? ¿Podremos aprender a convivir y confrontar pareceres? ¿Conseguiremos aprender a perdonar sin condiciones?