Cuando los árboles bailan un tango, el cometa y las estrellas callan.
Son las miradas del asombro penetrando en la salvaje espesura de unos troncos que, acariciando a sus iguales, descubren la belleza de sus formas entrelazadas. Las ramas, sus cortezas, las raíces escondidas, sus flores y líquenes, van, todos ellos, modelando una obra increíble y pura: esculturas sin artista…

El arroyo, que siglos atrás arrastraba enormes piedras, fluye ahora tranquilo ladera abajo. En su recorrido impregna de humedades y vida el valle que él mismo ha ido creando. Es el escultor de la piedra suave y redondeada a base de tiempo y caricias, sin fatiga, con sus propias manos.
La mansedumbre del momento revela su más profundo secreto: lo importante para ser es estar. Estar como están los troncos, sus hojas, el arroyo, las estrellas, las flores y, también, el cometa. Su rastro de polvo incandescente nos abre la puerta del tiempo, la distancia y todos aquellos sueños que sabemos que han llegar a nosotros, simplemente porque nos los merecemos… Quizá hemos aprendido a estar y con ello a ser… Como ese rastro de luz que hoy surca el firmamento.
Toda la belleza del mundo puede resumirse en un diminuto instante…
