Dicen que a San Andrés de Teixido irás de muerto si no lo hiciste estando vivo. Así que, una vez cumplido el ritual con la firme intención de no regresar desde la ultratumba, cojo la que es una de las carreteras más bonitas de Galicia. Voy con mis hijos, por lo que el coche es el vehículo que va a sustituir mis piernas durante este viaje. Aunque bien sé, una vez visitado este lugar, que hay innumerables sendas que me esperan, por lo que regresaré aquí con la mochila, la cámara y esa curiosidad que me empuja a caminar en la soledad de los sonidos del mar, del viento y la naturaleza, además de esa magia que es caminar bajo el imponente cielo abierto y estrellado. Hoy he realizado una primera incursión, anotando todo aquello que, sin duda y estando vivo, me va a servir en mi próximo regreso.

Los imponentes acantilados de Herbeira, con una altura de unos seiscientos cincuenta metros sobre el nivel del mar, son un lugar extraordinario para pararse un instante a pensar muy hacia adentro… Y con la misma rapidez con que la brisa marina va penetrando, suavemente, en los pulmones, el pasado y el futuro se van disipando de forma natural y armoniosa: como se disipa el horizonte entre la bruma que nace más allá de lo que alcanza nuestra vista.

Y entonces sucede algo extraordinario: los sonidos se amplifican; la piel recobra una sensibilidad desconocida y agradable, al recibir las sedosas caricias de ese hálito viajero llegado del ultramar; los olores se multiplican, maravillosamente nuevos, a la par que la respiración se acomoda a esos espacios enormes que nos hacen sentir tan vivos, como sin duda lo están ellos mismos… Eso, amig@s… Eso es estar en paz…

Luego es ir descendiendo, impregnándote con toda la belleza del paisaje (la que hay y la que vas acumulando más allá de la retina) para terminar en Cabo Ortegal, desde donde parte el GR50: una ruta de origen medieval que va desde allí hasta Betanzos, discurriendo una parte de ella por esta imponente, extraordinaria y maravillosa costa Ártabra…

Algunos dicen que este lugar es el Cabo del Fin del Mundo (nada que ver con el de el Fin de la Tierra: Finisterre) Lo que sí es cierto, es que es un lugar muy especial para quedarse a ver esa maravilla de Sol que nos da vida. Su luz, colores, y su movimiento descendente hacia las profundidades del Océano, serán uno de los mayores regalos que podamos conservar en la memoria nuestras vidas…