Las sendas en la niebla son como esos paquetes de regalo bien envueltos en papel policromado. Transitarlas es ir deshaciendo los lazos de cinta roja; despegar con mimo los adhesivos de celo que mantienen sujeto el papel de colores; quitar las dobleces del mismo hasta poder retirarlo completamente para descubrir, finalmente, lo que con tanto cariño y entusiasmo esconden. El regalo es la meta: el fin del sendero que nos conduce a ese lugar que buscamos disfrutar. El proceso de descubrir el contenido es el caminar despacio admirando la belleza que nos rodea. Lo extraordinario es que tanto el camino como la meta, son esos sueños compartidos buscando jirones de realidad y de vida. Y tan importante es la senda como la meta, pues en ambas se funden las ilusiones y las propias quimeras. Y así, como no existe la meta sin camino, tampoco existen los sueños cumplidos si uno deja de transitarlos.
Sócrates decía que en el camino de la amistad /el amor, nunca se ha de permitir que crezca la hierba. Supongo que cuando ésta crece, lo hace con tal desparramo, que quizá condicione toda posibilidad en la que dos manos puedan llegar a verse y mucho menos acariciarse. La hierba alta, la llaman.
Mientras transito por la senda que me lleva al límite que busco, sigo pensando en Sócrates y su pensamiento. Y de pronto me asombra el diminuto color violeta que sobresale entre las velas de los pinos. Y precisamente es eso: el asombro es el principio de todo conocimiento: ese pellizco de realidad que nos advierte que hay cosas que no entendemos y que, inexorablemente, nos acaba empujando en busca de respuestas.
No era difícil pensar en el Filósofo Griego mientras me encaminaba al lugar que recibe su nombre: La Poza de Sócrates, en el corazón de la Sierra de Guadarrama. Y aunque nada tiene que ver el nombre de Sócrates Quintana (Un montañero madrileño quien en 1914 adaptó una poza bajo una pequeña cascada en el corazón de la Sierra, para que los socios del Club Alpino pudieran darse un baño. Sería en 1983, cuando le dedicaron este lugar, llamándolo La Poza de Sócrates) con el del pensador griego.
Pero lo que es bien cierto es que el lugar, bien escondido e íntimo, se presta a la reflexión en profundidad. Los sonidos del agua, fundidos con el canto profundo y penetrante de los pájaros, conforman un espacio extraordinario dónde mirarse a los ojos para descubrir la belleza de todos sus fulgores.
Una cosa importante: Disfrútalo, pero no olvides allí tu mascarilla… Es más: no te olvides nada allí. Que tu paso sea como el eco del canto de esos pájaros 😉
Unos pájaros esta mañana me han recordado tu escrito. Es bello el lugar que describes, sitio que con un poco de esfuerzo podemos tratar de encontrar en esas vueltas del camino en la senda de nuestra vida diaria. No es difícil si nos lo proponemos. La hierba alta, como bien dices, jamás crecerá si con nuestras actitudes, nuestro esfuerzo, nuestro amor por las personas y las cosas y por supuesto nuestros sueños, sí, esparcimos el abono necesario para hacer de la vida la mejor de las metas. Creo que he podido acercarme, aunque sea con la intuición, a esa Poza de Sócrates.
Un abrazo.
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Buenos días, Paz.
Muchas gracias por tus palabras. Estoy muy de acuerdo contigo en que abonar y regar la tierra, evita esa hierba alta y seca que empaña lo más hermoso de la vida.
Un fuerte abrazo!
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El regalo es la meta: el fin del sendero que nos conduce a ese lugar que buscamos disfrutar. FELICITACIONES
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Muchas gracias, Roxane!
Últimamente transito muy poco por aquí
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