Quizá debajo de un árbol leyendo un libro, o paseando por la vereda del río. También puede que me suba al alto para internarme en las cuevas que habitaron nuestros ancestros: allí labraron la roca con sus manos para almacenar el agua fresca. Allí sí: puede que sea allí donde me encuentras.

O bajo la cascada en las tardes de verano. Sabes que el sol juega a dibujar infinitos arcoíris con el agua diminuta y fracturada, cuando truena, cayendo sobre nuestras cabezas… Quizá allí, si me buscas, también me encuentras.

O puede que me suba a la montaña: a su cumbre más alta. Desde allí se divisa el valle que la bruma difumina en horizonte. Que hermosos son allí los ocasos cuando lo tiñen todo con esas tonalidades naranjas. Sabes que me gusta mirar hacia atrás pasados unos minutos: la sombra redonda de la tierra se proyecta sobre la atmósfera, creando ese ligero velo curvo y violeta. Contrastes de la propia naturaleza…

Búscame entre el musgo, en los prados de amapolas, en los líquenes de las rocas, las ramas y entre la hierba. Allí seguro me encuentras, disfrutando de tanta belleza. O búscame en una canción: en su letra… En la acequia grande, acariciando el tronco de la higuera, o en el manantial de agua que está junto a la rivera… Allí también: allí, seguro, me encuentras.

Más no me busques entre la enredadera de zarzas, en la oscuridad del mundo o entre los gritos de la niebla. No… No me busques entre la arena del desierto, en los campos de cenizas, o entre las grietas de la tierra seca y muerta. Porque allí, por más que me busques, no me encuentras.