Había comenzado mi viaje años atrás, tomando el sendero que nace junto al mismo borde de la niebla: la niebla de la vida pasada, la niebla de la vida futura, y, en consecuencia, la niebla en el presente.
Fue un camino necesario, sin duda, para entender algo:
En la encrucijada de todos los caminos, el más complejo es aquel que los divide en dos mitades perfectas ¡Ese es el camino!

Por eso vivir es tan sorprendente: porque siempre habrá algo que aprender ¿No es así?
Y de esta manera, y sin quererlo, la niebla del pasado se fue disipando, mostrando lo que fue, lo que quedó y todo aquello que había que limpiar o recolocar en otros estantes: sin aplicar etiqueta alguna…
La niebla del futuro quedó como extraña entonces: descolocada, desaliñada… Como no sabiendo si abrirse en claros, o bien, disiparse por completo. Aunque bien sé que eso ahora da igual… El futuro no tiene más alimento que el ahora: tendrá la luz que queramos darle cada día al despertar. Es como un cuadro a falta de mil pinceladas, o como unos papeles pautados a medio escribir. Siempre será nuestra sinfonía inconclusa.
¿Y ahora? ¿Cuál es la dirección? Me preguntaba justo en aquel instante en el que mis pasos comenzaban a adentrarse por la vereda mediana: una nueva senda que transita desde la niebla hacia la luz…

Igual que cuando nos equivocamos dicho error nos enseña el acierto adecuado, la niebla ha podido servirte, ya lo apuntas tú, para aclarar el camino y disipar los tonos grises. Siempre puede importar en un presente, sea cual sea, los claroscuros del futuro, porque de ahí saldrá el boceto, perdona que emule tu metáfora del cuadro, la pintura de esa obra maravillosa que cualquiera desea realizar…la de nuestra vida. Escoge siempre, y este es consejo muy mío, la dirección que tu corazón te indique aún si está nublado, esa que no viene en los mapas, pero que es capaz de disipar todas las nieblas. ¡Adelante pues!
Un abrazo.
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Otro para ti, Paz!
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