Nuestro viaje a las Azores había sido el resultado de una conjunción de dos factores… De una parte y de otra: Un afortunado regalo de cumpleaños y un sueño que había de cumplirse. Obviamente, resta decir que antes se habían sucedido otras muchas situaciones que no es necesario relatar aquí.
Las Azores, en medio del Océano Atlántico, son unas islas de contrastes llamativos. Por una parte, puedes pasar de un día soleado, a un vendaval helado, o a unas lluvias que parecen no tener fin. También contrasta el verde con el humo del azufre que emanan las calderas volcánicas, desde el mismísimo centro de la tierra, por hacer alusión a Julio Verne, quien se habría maravillado en este lugar… Y si hay que destacar algo, es esa paleta de verdes infinita, tanto en tonalidades como en las formas que adopta.

Decía Henry Thoreau en su “Walden, o la vida en los bosques:
«Fui a los bosques porque quería vivir solo, deliberadamente, para afrontar los hechos esenciales de la vida y ver si podía aprender lo que tenía que enseñar y no descubrir, a la hora de la muerte, que no había vivido. No quería vivir lo que no era vida, ni quería practicar la renuncia, a menos que fuese necesario. Quería vivir profundamente y extraer toda la médula a la vida, vivir de una forma tan intensa y espartana que pudiese prescindir de todo lo que no era vida…”
Esa sensación de estar en la mismísima médula, o en el centro donde bulle y borbotea la vida, la puedes tener en este lugar tan apartado como hermoso. Y si la compartes, pues mejor aún, aunque puedo asegurarte que los habitantes de las Azores tienen el don de la sociabilidad.

Cráteres convertidos en lagos; otros desafiando la imaginación a base de columnas de vapor y sulfuros; una vegetación que parece haberse detenido en el cretácico, desafiando la verticalidad de esos imponentes acantilados…












Fuimos a las Azores y con ello también a sus selvas, sus cascadas, su gastronomía (que también se elabora, aprovechando el calor y los vapores de la tierra). Caminamos, nos empapamos, nos acaloramos y enfriamos en cuestión de minutos, nos bañamos en las cálidas aguas que surgen de las profundas calderas… Y, sobre todo, disfrutamos… Simplemente maravilloso 😉
